La pieza expuesta está diseñada como una instalación de vídeo multicanal e interactiva, y con motivo de esta exposición ha sido adaptada a una única pantalla. En ella habitan hasta un total de 40 personajes que toman contacto con el espectador al detectar su proximidad. Se sucede así un encuentro fortuito en el que el lenguaje corporal es el único medio de comunicación. Una cadena de reacciones y omisiones espontáneas establecen un vínculo de familiaridad y extrañeza con los personajes contenidos en la obra, que aspira a generar una tensión entre atracción e incomodidad en el público.

Lo inquietante que de manera intencionada envuelve a la experiencia, nos conecta con la discusión estética sobre lo siniestro. El psiquiatra alemán Ernst Jentsch que abrió camino en el estudio de este concepto y cuyo trabajo serviría posteriormente a Sigmund Freud, describió lo insólito y extraño como un estado de Incertidumbre Intelectual en el que surge “la duda sobre si un ser aparentemente animado o vivo, en verdad lo está, y, a la inversa, que un objeto sin vida esté de algún modo vivo”. Como sucede en la obra de Lozano-Hemmer, Zhang posiciona al público como catalizador de una experiencia entre hipnótica y desconcertante, y siempre lejos de buscar el entretenimiento o la complacencia visual.